Londres: Protestando contra el nuevo becerro de oro.

Fuente: Agenda Global

La explosión social en Londres halla explicaciones en la coexistencia en la antigua metrópoli de distintas culturas, lenguas y modos de vida —en buena medida procedentes de viejas colonias—, en tres décadas de deterioro de un sistema educativo marginador y en una economía que ya no le sirve a nadie sino a los especuladores, sostiene el sociólogo y abogado peruano Héctor Béjar en su columna más reciente para Agenda Global.

A continuación, la columna de Béjar:

Arde Londres, ¿por qué?

Por Héctor Béjar

Diarios y televisoras nos sorprenden con imágenes de Londres ardiendo. No son los aviones de la Luftwaffe como en la guerra mundial sino sus propios habitantes los que le prenden fuego.

¿Qué ha pasado para que Londres arda como Roma bajo Nerón?

Muchas respuestas son admisibles cuando se analiza una situación tan compleja como ésta.

Quiero plantear dos ingredientes que explicarían la potencialidad explosiva de lo que está pasando.

Uno: Thatcher. Doña Margaret, quien se autodefinía como derechista radical, abandonó el gran sistema educativo inglés que venía desde las postrimerías del siglo XIX. Le parecía un escándalo que la gente ingrese sin pagar a un sistema educativo único. Desmontó el sistema y municipalizó la educación para generar competencia y crear un mercado educativo. Resultó que, como dijo Milton Friedman por la misma época refiriéndose a los Estados Unidos, los chicos que vivían en municipios pobres iban a pobres escuelas. La escuela inglesa se fue deteriorando. La idea de la educación que podía cambiar la vida de la nación, como se decía que estaba sucediendo por aquellos años en Japón o Corea del Sur, no importaba para Inglaterra.

Dos: la inmigración. ¿No fueron los comerciantes ingleses quienes se aparecieron en la India, China, Pakistán, el mundo árabe, África sin ser invitados? Viajaron allí con sus telas de fibra de ovejas criadas en tierras arrebatadas a sus propios campesinos a quienes despojaron por la fuerza, o con tejidos de algodón cultivado por miles de esclavos en Carolina del Sur o Georgia en tierras de nativos exterminados, o en Tanzania, el Chad o Burkina Faso. ¿No fueron ellos quienes prohibieron a la India que industrialice su propio algodón bajo amenaza de guerra? ¿Acaso no obligaron con sus cañones a que los chinos consuman el opio que cultivaban sus amigos en Pakistán? Esos comerciantes se hicieron un país a su medida. Ese es el país que ahora estalla.

Los resultados de esos crímenes fueron muchos. Entre ellos, pasados los años, la presencia de indios (de la India), asiáticos y africanos en la propia Inglaterra. Los hijos, nietos y tataranietos de los explotados y ofendidos. Inglaterra fue poblándose de inmigrantes de las colonias y transformándose, como Anthony Blair tuvo que aceptar, en una “sociedad multicultural”.

Es lindo decirlo. Pero cuando esa coexistencia de culturas, lenguas, modos de vida distintos se da con un sistema educativo deteriorado y ya marginador, con una economía que ya no sirve a nadie sino a los especuladores, entonces se produce la explosión. Y ahí la tienen.

Cuánto odio acumulado, cuánta represión vencida por las distintas solidaridades que vienen del color de la piel, el idioma y los dioses distintos. Todos protestando contra el nuevo becerro de oro.

Esto se da con movimientos a los cuales ya me he referido en esta columna. Inmigrantes e hijos de inmigrantes en Londres. Jóvenes indignados por la falta de empleo en Madrid y Barcelona. Trabajadores sindicalistas en Grecia. Ciudadanos hartos de Berlusconi en Italia. Colegiales en Santiago de Chile. Clases medias en Tel Aviv. Y el norte africano que insurge contra viejas dictaduras.

Allá por los años treinta, Nietzsche, Spengler, Ortega y Gasset y otros autores advirtieron la decadencia de Occidente. La burguesía periclitaba. Era la muerte de los dioses. Ahora ese mundo agoniza de nuevo. Pero aquella burguesía, la de comienzos del siglo XX, ya está sepultada en las trincheras de dos guerras. No es ella la que muere ahora. Es un sistema de vida, una civilización, un modo de ver las cosas, una forma de vivir, amar y comer. Esto es mucho más grave y complicado.

Sé que los religiosos del capitalismo están sonriendo al leer estas líneas porque no hay ningún sistema alternativo viable en el horizonte, luego que los socialismos reales se derrumbaron. Pero eso no altera para nada que Londres pueda volver a arder en cualquier momento mientras los amos del mundo sigan al mando de un planeta a la deriva. Y mientras sigamos diciendo: primero yo y el resto qué me importa.