No es fallo regulatorio; es crisis estructural

Carlos Arze Vargas
CEDLA

El hecho de que uno de los riesgos inherentes al sistema capitalista  – la sobreproducción de capital derivada de los intentos por contrarrestar la caída de las tasas de ganancia mediante un aumento de las tasas de acumulación – se haya hecho realidad, evidencia el carácter estructural de la actual crisis económica. Esto no solo desmiente la teoría de que la falta de regulaciones estatales al capital financiero produjo la crisis sino que, además, exige medidas diferentes a las aplicadas hasta ahora para superarla: esencialmente, aumentar la deuda pública para sostener los balances de las empresas.

La mayoría de las muchas interpretaciones que se han hecho de la actual crisis internacional hablan de una crisis financiera, consecuencia de la ausencia de regulaciones estatales y de prácticas adecuadas de las entidades financieras, al tiempo que evitan referirse a un problema estructural del propio sistema. A partir de este diagnóstico, las soluciones propuestas insisten con el retorno del Estado para salvar a los bancos y las industrias privadas y, a lo sumo, postulan el financiamiento del consumo a través del aumento del gasto fiscal. Esto es, reeditar las viejas y, en otro tiempo, fustigadas recetas fiscales del keynesianismo.

Algunos elementos a tener en cuenta

La posibilidad de la crisis está en la propia naturaleza de cualquier economía mercantil, en la que la producción no se orienta a la satisfacción de una necesidad vital sino a la obtención de una ganancia a partir de la venta. Esta función especulativa hace que el productor pueda decidir no vender si las ganancias no son las esperadas o, incluso, no producir.

Las crisis en el capitalismo son crisis de sobreproducción. Este peligro surge de la necesidad del productor de acumular cada vez más capital, ahorrando parte de sus ganancias (plusvalía), con el objeto de ganar espacios en el mercado. Como el precio de venta – en el que la oferta y la demanda juegan su papel – incluye la ganancia promedio de todos los productores del sector, cada capitalista intentará acumular capital atendiendo los aspectos técnicos necesarios para elevar la productividad por encima de la media vigente; es decir, a acrecentar la proporción del capital compuesto por los medios de producción, en detrimento de la fracción destinada al pago de la fuerza de trabajo (generadora de plusvalía).

Paradojalmente, la constante maquinización y modernización del acervo de capital irá ocasionando el efecto opuesto: la caída paulatina de la plusvalía obtenida por la explotación del obrero, debida a la caída proporcional del capital variable, que deriva en la caída de la tasa de ganancia media – en la medida que ésta no es sino su expresión como relación cuantitativa entre la plusvalía y el capital invertido. En respuesta, se producirá más para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia con una mayor masa de ganancia. La saturación de este proceso puede generar una crisis de sobreproducción de capital.

La sobreproducción acarrea la destrucción de capitales, no solo en la forma de medios de producción inutilizados, sino también de títulos que no representan su valor anterior. Los capitales sobrevivientes, más concentrados, podrán reiniciar la producción en condiciones renovadas, merced a la labor destructora de la crisis sobre el empleo y los salarios. También el sistema monetario sufrirá las consecuencias, en la medida en que la desvalorización de los capitales impedirá la concreción de los pagos y el endeudamiento creciente desequilibrará el sistema de crédito.

Antecedentes de la crisis actual

La tasa de ganancia capitalista estadounidense vivió periodos de auge y depresión que se alternaron durante los años 1950, aunque nunca bajó de un 4% promedio. Tras la recesión de 1958, se mejoró la rentabilidad, mediante las innovaciones tecnológicas y la flexibilización de las condiciones laborales. La inversión en tecnología hizo descender la tasa de ganancia durante los años 1960. En 1973 comenzó otra fase depresiva para la economía estadounidense que acabó contagiando a las principales economías y quebró el sistema monetario internacional. Las políticas inflacionarias implementadas para mejorar la situación terminaron precipitando la crisis de la deuda de los años 1980.

En respuesta a la nueva crisis comenzó la aplicación del modelo neoliberal – una contra-revolución anti-keynesiana – que derribó una a una las barreras al capital y desmoronó el llamado Estado benefactor. La ampliación del espacio capitalista permitió una recuperación ostensible de la rentabilidad del capital hasta que, en 1991, la economía de Estados Unidos entró en recesión, agotada la fuerza que impulsó su crecimiento.

La salida a esta nueva recesión y el posterior auge de la economía estadounidense fueron la disponibilidad de capitales – tras el fin de la Guerra Fría –, la depreciación del dólar desde mediados de los años 1980,  que otorgó mayor competitividad a los productos estadounidenses, los precios estables del petróleo y, fundamentalmente, el incremento de la explotación de la fuerza de trabajo merced a la flexibilización de las condiciones laborales. Las tecnologías de alto costo elevaron la productividad y frenaron la caída de la tasa de ganancia. Así, la tasa de ganancia de las empresas no financieras creció constantemente desde 1992 hasta 1997, en forma acorde al incremento de la inversión. La masa de ganancias también se elevó, debido a la caída de las tasas de interés que debían pagar las empresas1.

Las expectativas de ganancias elevadas dieron lugar a un explosivo crecimiento de los índices bursátiles, principalmente del índice NASDAQ desde mediados de los años 1990. Las empresas se endeudaron más y más, ante la percepción de que los ingresos continuarían creciendo de manera sostenida en la “nueva economía”. Adicionalmente, el aumento del valor de los activos, junto a condiciones en los tipos de cambio, produjo un incremento del flujo de capitales del exterior que compraban títulos estatales y activos financieros de las empresas. Como consecuencia, se apreció el dólar y aumentó el precio de los mismos activos. Este proceso es conocido como la burbuja de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), que explotó a principios de los años 2000.
 
Al detenerse el frenético ritmo anterior, el exceso de inversión, o sobreproducción de capital, se tradujo en recesión: la sobreproducción de valores de uso que no se realizaban en condiciones de rentabilidad esperada, se expresó poco a poco en la caída de la producción y el crecimiento de la capacidad ociosa instalada en varios sectores productivos2.

La elevada sobreacumulación y subsiguiente caída de la rentabilidad y de la masa de ganancias, desvalorizó los activos cuando se hizo evidente que las expectativas de ganancia no eran reales. Como consecuencia, se produjo falta de liquidez y crédito e incremento de las tasas de interés. Durante la recesión de 2001, la Reserva Federal estadounidense, que había empezado una reducción de su tasa referencial, aceleró la misma a fines de año3 y el Gobierno Federal incrementó inusitadamente los gastos de defensa, amparado en los efectos políticos de los atentados del 11 de septiembre, lo que reanimó la demanda. Estas políticas expansivas permitieron detener la desvalorización de los activos e, incluso, re-inflar el precio de los mismos, lo que se reflejó en la recuperación de la caída de la bolsa en 20034.

Esto fue posible por las excepcionales capacidades de Estados Unidos para endeudarse frente al resto del mundo, como principal centro monetario y por las políticas comerciales de países que impulsan su competitividad, manteniendo una depreciación artificial de sus monedas a través de la neutralización del incremento de sus saldos comerciales con la compra de títulos de deuda estadounidenses – como sucede especialmente con China. Esto incrementó aún más el déficit fiscal así como el de la balanza de pagos del Estado – el primero llegó al 6% del PIB, el corriente pasó de USD 100.000 millones en 2001 a cerca de USD 250.000 millones en 2005.

La depreciación del dólar, al tiempo que atenuó la caída de los activos bursátiles, elevó los precios en el mercado inmobiliario5, gracias a la orientación de nuevos créditos hacia ese sector y a la difusión de nuevos mecanismos de refinanciación de hipotecas. El Estado y los capitales privados intentaban la reanimación del consumo en base a la capacidad de endeudamiento de las personas – que sobrepasó mucho su capacidad real de pago y el valor de los propios activos. Este es el escenario en el que se produjo el explosivo incremento de las hipotecas de alto riesgo o “subprime”, que derivó en la crisis de las principales entidades financieras de Estados Unidos – que arrastró inclusive a los fondos ahorrados por los trabajadores para su jubilación –, al sumergirse miles de prestatarios en la insolvencia absoluta6.
 
En 2004, la política de la Reserva Federal elevó la tasa efectiva de interés del 1% al 4% en 2005. Los deudores, que habían sido alentados a endeudarse por las bajas tasas de interés y por la creencia de que los precios de las viviendas continuarían en aumento, se vieron muy afectados. Se habían generado enormes masas de capitales ficticios, sobre los valores artificialmente elevados de los activos bursátiles7, divorciados de la única fuente de valor nuevo – la explotación de la fuerza de trabajo en actividades productivas.

El marco global

Todo esto sucedió, además, en el contexto de una economía mundial que asumió nuevos rasgos a partir de los profundos cambios suscitados por las crisis previas y repetidas derrotas de la clase obrera frente al capital en los años 1980. La caída de los regimenes socialistas – especialmente el caso de la URSS –dio nuevos bríos al capitalismo en crisis, lo que se reflejó en la adopción, prácticamente sin oposición,  de políticas neoliberales en la mayor parte del mundo.

A esta nueva realidad mundial  vino a sumarse China, con su proceso de apertura al mercado, paulatino y controlado pero constante (ver recuadro: La caja china). El enorme mercado potencial que se abría, y la sobreacumulación de capital en las principales potencias, generaron un flujo creciente de inversiones hacia China. Estos capitales aprovecharon, además, la desregulación y flexibilización de las condiciones laborales y el bajo precio de la mano de obra para incrementar las tasas de ganancia, que se habían visto notablemente reducidas en la etapa anterior.

Ahora bien, del mismo modo que la sobreacumulación en la metrópolis hizo posible la llegada de grandes capitales a China, una crisis como la actual en el mundo desarrollado – que reduce la demanda de productos chinos – generarían sobreacumulación en la propia China, lo que tendría consecuencias insospechadas para la economía mundial. A la relación de dependencia con Estados Unidos – de cuya demanda depende la plusvalía que logran los capitales chinos – debe agregarse el fenómeno financiero, por el cual China se ha convertido en el principal acreedor de Estados Unidos al financiar parte del déficit creado para activar la demanda. 
 
La destrucción como salida

De acuerdo a lo visto, podemos concluir que estamos ante una crisis estructural que se explica por una caída tendencial de largo plazo de la tasa de ganancia que socavó las condiciones de valorización del capital. Pero tal caída, común a los ciclos industriales, en este caso no puede ser revertida a través de la modificación de las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo – tal como se intentó en China – ni la recomposición del capital, debido a la existencia de una elevada sobreacumulación de capital. En otras palabras, a diferencia de los otros episodios de crisis ocurridas en el siglo XX, en éste se plantea la necesidad de culminar la crisis con la destrucción y “limpieza” de capitales/valores, para dar lugar a la recuperación de la tasa de ganancia.

El mismo carácter estructural de la actual crisis la hace general, no solo porque abarca un conjunto de países y sectores fundamentales – cuya evolución puede derivar en una profunda depresión mundial –, sino porque obedece a las propias tendencias del capitalismo contemporáneo, principalmente su rasgo especulativo, potenciadas por la actual capacidad del capital de saltar las fronteras nacionales.

Por su gravedad, la crisis agudizará la explotación de la fuerza de trabajo. Toda crisis deteriora las condiciones laborales – con la interrupción de la producción, primero, y con destrucción de capitales, después –, al agudizar las estrategias de los capitalistas para mantenerse en el mercado. Esta situación se torna aún más violenta en las fases iniciales de recuperación, cuando los empresarios aprovechan el desempleo y las ganancias extraordinarias que ofrece la concentración de los capitales que sobreviven.

Frente a esta perspectiva, queda claro que las soluciones adoptadas por los organismos internacionales y los gobiernos de los países industrializados apuntan a impedir una salida radical por la vía de la destrucción de capitales, sosteniendo artificialmente los balances de las empresas a costa de aumentar el déficit o las obligaciones de los estados que, tarde o temprano, deberá transferirse a los trabajadores. En el mismo sentido, las políticas fiscales expansivas pretenden mantener niveles de consumo que favorezcan el retorno de las inversiones, en tanto que las recomendaciones sobre reformas en la regulación del sector financiero van acompañadas de otras orientadas a intensificar la flexibilización del mercado laboral. Contrariamente, no disponen ninguna medida importante –  más allá de los llamados de la OIT de establecer un pacto general para el empleo –, que atenúe los efectos sociales y el incremento de la pobreza de las clases trabajadoras. En definitiva, se orientan a probar la reiterada utilización de políticas que, en el pasado, no hicieron más que retardar el colapso del sistema, a costa de acumular poderosas tendencias que están acercando a la sociedad a la barbarie.

La caja china

China fue un caso especial, aunque al final no radicalmente diferente a la Unión Soviética y Europa del Este, debido a su tránsito gradual y organizado hacia el capitalismo. El gobierno de Deng Xiaoping comenzó las reformas a fines de los años 19708, inclyendo las siguientes:

  • En el agro, se permitió la apropiación individual de una parte de la producción –excedentaria a la cuota asignada- y la transferencia del uso de la tierra en ausencia de propiedad privada reconocida.
  • En lo estatal, se apuntó a elevar la productividad y competitividad, mediante cambios graduales en la propiedad, empezando por el otorgamiento de derechos limitados sobre el uso del excedente, pasando por la distribución de utilidades, y culminando en la posibilidad de venta de las empresas pequeñas y medianas a sus ejecutivos y trabajadores y la venta de paquetes accionarios a extranjeros en las empresas grandes.
  • Se comenzó una liberalización gradual del comercio exterior, lo que alentó la competencia externa e internamente. Las medidas arancelarias y para-arancelarias a las importaciones se redujeron y se procedió a la exención de aranceles para las empresas exportadoras. En el caso de las exportaciones, junto a la ampliación de derechos a exportar para las empresas locales se fueron eliminando las restricciones a los productos de exportación, excepto en algunos casos como los minerales y los textiles sujetos ya por efecto de los acuerdos internacionales de acceso a mercados externos, a cuotas cuantitativas. Con todo, la medida más destacable para alentar las exportaciones paree ser la devaluación importante del yuan en un 300% entre 1981 y 1995.
  • Los precios se liberaron a mediados de los años 1990.
  • Se crearon nuevos bancos estatales destinados a la intermediación financiera y el comercio exterior, aunque la función de abastecer de créditos a las empresas del Estado con un alto contenido de subsidio, sigue siendo una prioridad del sistema bancario nacional. Las restricciones a la operación de bancos extranjeros han hecho que la presencia de estos sea prácticamente irrelevante.
  • En el caso de la inversión extranjera, China alentó su ingreso mediante el establecimiento de 5 zonas de atracción en el país, que contaban con infraestructura, leyes especiales y tratamiento impositivo preferencial. Aunque las empresas extranjeras tuvieron restringido el acceso al mercado interno, pudieron aprovechar los costos más bajos de producción, principalmente el laboral9, y obtuvieron incentivos para la exportación de su producción.

 

Las  reformas convirtieron últimamente a la economía china en la más dinámica del mundo. En el curso de los últimos 25 años, el PIB se ha multiplicado por 11, con una tasa anual promedio mayor a 9%, sus exportaciones se han multiplicado por 100 y sus reservas de divisas han pasado de USD 160 millones de dólares a USD 610.000 millones10. La principal causa de este espectacular desempeño fue el crecimiento exponencial de las inversiones extranjeras – fundamentalmente en la industria de productos electrónicos y computación (20% y12%) y minería (15%)11 –, desde un promedio anual de USD 360.000 millones en los primeros 5 años de reformas, más USD 50.000 millones en la presente década12.

En el mismo sentido, la participación del capital extranjero es destacable en la formación bruta de capital, que alcanza, como promedio de la última década, a más del 13% – la inversión representa el 40% del PIB chino, comparado con el 18% en Estados Unidos, 25% en Japón y 22% en la Unión Europea13. Estos resultados excepcionales de la aplicación de capitales extranjeros no serían posibles, sin embargo, sin el elevado desempleo y los bajos estándares laborales ocasionados por la liquidación de las conquistas del pasado socialista de China. Esto quiere decir que el comportamiento de la economía tendría grandes dificultades al enfrentar una caída de la demanda externa que posibilita ingresos mucho más elevados que los vigentes en los sectores del mercado interno.

Para algunos analistas, el proceso se parece mucho al de acumulación originaria de capital, dirigida por un régimen absolutista cuya agenda es la restauración capitalista. Pero esta restauración está sometida a la dinámica del capital monopólico internacional y no únicamente a los intereses y objetivos del Partido Comunista chino. En efecto, los capitales de países industrializados, enfrentados a una sobreacumulación interna, intentan conquistar el enorme mercado chino para aprovechar el bajo costo de la fuerza de trabajo y las materias primas que ofrece China y revalorizar, así, su capital.

Las mismas reformas que convirtieron a China en factoría para el mundo desarrollado, crearon enormes masas de desocupados, como producto de la liquidación del colectivismo en la agricultura y la atracción de los enclaves modernos en ciertas áreas urbanas, basados en procesos productivos intensivos en capital. En respuesta, el Gobierno ha promovido planes de inversión pública, subsidiados y muy poco eficientes económicamente. Pese a estas medidas, una tasa de crecimiento de 8% no ha podido absorber la desocupación que alcanza a 9 millones de personas.

La otra cara de este proceso, que incuba el riesgo de una crisis de sobreproducción, es la escasa capacidad de consumo interno, debido a la naturaleza intensiva en capital de la inversión y a los bajísimos salarios, que fueron útiles para la obtención de elevada rentabilidad, pero que se convierte en su propia e infranqueable limitación.

 

 

1 Caputo y Radrigán, 2007. Acumulación, tasa de ganancia e inversión en los países desarrollados refieren que el pago de intereses de las empresas no financieras cayó de 60% a sólo 22% y los impuestos sobre las ganancias se redujeron desde un 32% a  menos de 29%. Ramos y Ryd, por su parte, señalan en Estados Unidos y China: Ciclos económicos y políticas en un capitalismo maduro y uno naciente, Development Macroeconomics Series 4, ECLAC, Santiago de Chile, 2005, que en la primera mitad de la década de los años 1990 la tasa efectiva de la Reserva Federal, bajó del 8% al 3%, tendencia que se revirtió desde 1994, llegando en 2000 al 6%.

2 El porcentaje de utilización de la capacidad utilizada cayó sostenidamente: en la industria de bienes durables desde el 83%  para el año 1997, hasta sólo 69% en 2002; en el caso del sector automotriz, desde el 87% de 1994 al 72% en 2001 y en el sector de alta tecnología, desde el 93% de 2000 hasta 58% en 2001.

3 La tasa de interés referencial, que a principios de año fuera de 6%, cayó hasta el 1.8% en diciembre, sin detenerse hasta el 2004 cuando llegó al histórico 1.3%

4 Ramos y Ryd, op. cit.

5 Según datos de Standard & Poor’s y de la Agencia Federal de Vivienda, el índice de precios de la vivienda en Estados Unidos se elevó desde 2001 a una tasa promedio anual mayor a 13% hasta el año 2006. En el último trimestre de 2007 presentó una caída cercano al 9% y en 2008 acumuló una caída anual de 8.2%.

6 De acuerdo a datos oficiales (Flow of funds accounts of the United States 1995-2004 y 2005-2008, Board of governors of the Federal Reserve System, Washington, junio de 2009), el endeudamiento de las familias a través de las hipotecas inmobiliarias, se elevó desde los USD 55.000 millones de 2001, hasta USD 1,1 billones en 2005, para caer sostenidamente desde 2006 y revertirse a fines de 2008 con una cifra negativa de USD 109.000 millones.

7 En el extremo de la especulación, se produjeron fraudes millonarios como el de las pirámides orquestadas por el financista Madoff, que involucró la suma de USD 50.000 millones, y recuerda el citado caso Enron de 2001, que ocasionó una pérdida calculada en USD 150.000 millones.

8 Este acápite se basa en: Claro, Sebastián, 25 años de reformas en China: 1978-2003,  FCEA-Pontificia Universidad Católica de Chile. Disponible en: <www.faceapuc.cl/personal/sclaro/china25.pdf>.

9 Según Fung, Lau y Lee U.S. Direct Investment in China, AEI Press, Washington, 2005, el salario medio mensual en la región de Shangai, que poseía los salarios más altos, en el año 2000 era de 186 dólares, mientras que el salario medio en México alcanzaba los 800 dólares.

10 Bustelo, Pablo. El auge de China: ¿amenaza o ascenso pacífico?, Real Instituto Elcano, 2005.

11 Datos para 2002 del Departamento de Comercio de Estados Unidos.

12 Datos del National Bureau of Statistics de Estados Unidos.

13 García Martínez, Carlos. “Economía China – Su prospectiva en los bloques del siglo XXI”, Ed. Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2005.


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