BRASIL

¿Nadando en un maremoto?

Fernando J. Cardim de Carvalho1
Social Watch Brasil

Brasil ha debido pagar el precio de haberse “integrado” a la economía mundial. Al retirarse los inversores y especuladores extranjeros, los mercados de valores se desplomaron y la moneda sufrió una fuerte devaluación. Aunque la  respuesta del Gobierno ha sido un tanto tímida, aún es posible que Brasil pueda sobrellevar la crisis. Al mismo tiempo, la economía mundial se encuentra ante una oportunidad única de promover estrategias de crecimiento ambientalmente sostenibles, así como nuevas normas para que los sistemas financieros trabajen en pro del desarrollo y de la redistribución de los ingresos y la riqueza.

Muchos observadores consideraron que el nivel de contagio relativamente bajo, en las economías emergentes, al pánico financiero comenzado en Estados Unidos en 2007 constituía una señal de que esos países podrían lograr “desconectar” su porvenir del de los desarrollados. Se esperaba que Brasil se encontrara entre los afortunados – es decir, entre los que podrían evitar ser engullidos por la onda expansiva de la crisis financiera, mantener cierto nivel de prosperidad y frenar el desempleo redireccionando las actividades productivas hacia los mercados internos.

El enérgico crecimiento de la economía brasileña en los tres primeros trimestres de 2008 parecía justificar tal punto de vista. No fue un crecimiento al “ritmo de China”, por supuesto, pero tuvo la rapidez suficiente como para no solo aumentar las tasas de empleo sino también hacer que un grupo creciente de la plantilla de trabajadores pasara del empleo informal al sector mejor pago y más seguro de la formalidad. El consumo de los hogares condujo al crecimiento general, alimentado por el aumento del salario real (sobre todo del salario mínimo) y del empleo, así como también por las políticas sociales que fortalecieron el poder adquisitivo de los grupos de menores ingresos.

El Gobierno Federal, con el presidente Lula a la cabeza, lanzó una intensa campaña pública para afianzar la moral de empresarios y consumidores y así asegurarse de que la demanda siguiera siendo alta y estimular a las empresas para que siguieran produciendo y expandiendo sus inversiones. El Presidente a menudo recordaba a la población que su Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC) funcionaría a modo de palanca para mantener el nivel de la demanda, de manera que los consumidores no le temieran al desempleo y las empresas no adolecieran de capacidad no utilizada.

La estrategia pareció tener éxito hasta que de forma repentina, en el último trimestre de 2008, el PIB cayó 3,6% en comparación con el trimestre anterior. Aunque todos los sectores de la economía se contrajeron, el industrial fue por lejos el que sufrió las peores consecuencias; decayó más del 7%. Las inversiones, que habían estado creciendo a ritmos prometedores, se redujeron casi un 10%. Ni los consumidores ni los inversores pudieron mantener los niveles de gasto anteriores, de modo que la economía en su totalidad se contrajo en forma significativa.

La tímida respuesta del Gobierno

La versión brasileña de la crisis internacional tiene raíces específicas. El sistema bancario interno no estuvo expuesto a las inversiones especulativas que arruinaron los sistemas financieros de Estados Unidos, Europa y partes de Asia. Como resultado de las altas tasas de interés que se pagaban sobre la deuda pública interna, los bancos que operaban en Brasil preferían invertir en ese tipo de valores en lugar de probar suerte con las “innovaciones financieras” creadas en Estados Unidos. No obstante, el país no pudo evitar las consecuencias de “integrarse” a la economía mundial.

En los últimos años la economía brasileña había recibido gran cantidad de capitales extranjeros, tanto como inversión directa como en forma de capitales de carteras especulativas. La bolsa de valores de San Pablo subió en forma vertiginosa y se colocaron grandes cantidades de valores en deuda pública en el mercado. Cuando estalló la crisis en Estados Unidos y poco después en Europa Occidental, muchos de los inversores y especuladores retiraron sus fondos, en muchos casos para cubrir pérdidas en su lugar de origen. En consecuencia, no solo se desplomaron los mercados brasileños de valores sino que también la moneda de la nación – el real – sufrió un rápido y brusco proceso de devaluación.

Los resultados no fueron tan catastróficos como lo habían sido en crisis anteriores, en gran medida porque los trastornos no condujeron a la fuga de capitales de residentes. De hecho, los especuladores financieros locales no tenían motivos para sacar sus capitales del país, ya que el Gobierno aún pagaba las tasas de interés más altas del mundo. Por otra parte, no existía un lugar seguro al que pudieran acudir. Además, Brasil conserva una cantidad relativamente grande de reservas internacionales. Es así que, si bien a los inversores extranjeros por lo general no les quedaba otro recurso que retirarse, los inversores brasileños prefirieron permanecer. En consecuencia, los problemas con la balanza de pagos no fueron tan serios ni paralizantes como lo habían sido poco tiempo atrás.

Sin embargo, las perturbaciones en los mercados internos de valores y la devaluación brusca del real fueron suficientes para inducir a los bancos locales a restringir los créditos otorgados a empresas y consumidores, a pesar de algunos tímidos intentos del Banco Central de proporcionarles liquidez adicional. Las restricciones crediticias causaron dificultades en forma inmediata en sectores como el de los bienes de consumo duraderos, sobre todo los automóviles, cuya demanda depende en gran medida de la disponibilidad de crédito. En la industria automotriz se adoptaron estrategias tales como la de las licencias colectivas para reducir la producción en forma temporaria, pero no se pudo evitar transmitir la caída de la demanda a otras industrias. Las amenazas gemelas de la capacidad no utilizada y el desempleo terminaron por quebrar el ánimo de los consumidores y las empresas. Al verse enfrentadas a la capacidad no utilizada, las empresas suspendieron sus planes de inversión, lo que agravó el impacto de la caída inicial de la demanda. Finalmente, solo el Gobierno continuó aumentando las erogaciones en el último trimestre de 2008.

A diferencia del año anterior, 2009 arrancó con expectativas mucho más reducidas. Las encuestas de opinión demuestran que el temor al desempleo ha vuelto a encabezar la lista de preocupaciones de la población, desplazando a la violencia urbana y la seguridad pública. En particular, lo que constituye otro serio motivo de preocupación es que se ve con claridad que, a pesar del discurso enérgico que ha adoptado el Presidente desde comienzos de 2008, las políticas contracíclicas han sido mucho menos vigorosas y eficaces de lo que tendrían que haber sido. Es bien sabido que cuando el Presidente Lula asumió el cargo tomó medidas para tranquilizar a los mercados financieros, conservando la independencia de facto del Banco Central, dirigido mayoritariamente por funcionarios de instituciones financieras privadas. No sorprende que la política monetaria haya sido pésimamente gestionada durante la crisis por autoridades monetarias tan a la derecha de cualquier otro Banco Central del mundo, que incluso incomoda a los bancos privados por su incapacidad de ofrecer aportes para la recuperación económica.

Mayor motivo de asombro, seguramente, sea la vacilante política de gastos del Gobierno. Los llamamientos del Presidente a tomar medidas enérgicas parecen haber caído en oídos sordos entre sus propios ministros. El Gobierno ha persistido con el PAC, que fue elaborado para épocas normales y que es obviamente insuficiente en la lucha contra una recesión que tal vez sea más larga y profunda de lo que parecía inicialmente. Sin embargo, incluso el PAC ha sido implementado de manera incierta y tímida. Los obstáculos burocráticos hacen demorar la implementación de los planes y, en consecuencia, el gasto público es menor y más lento de lo que debiera. El comportamiento indeciso de las autoridades que lideran el equipo económico del Gobierno denota una preocupante falta de comprensión del daño que puede llegar a causar una crisis como la actual en un país en desarrollo como Brasil.

No obstante, al seguir decayendo la economía brasileña en el primer trimestre de 2009, se han implementado políticas más enérgicas, aunque distan mucho de constituir las necesarias para paliar los impulsos de contracción que llegan del exterior. Los bancos públicos han aumentado la oferta de crédito a tasas de interés menores. La transferencia de ingresos hacia los pobres a través del programa de subvenciones familiares ha preservado el nivel de consumo entre los grupos de ingresos más bajos. La mejora general de las expectativas, luego de lo que pareció ser una reacción exagerada en el último trimestre de 2008, ha conducido en la actualidad a cierta recuperación, si bien aún es vacilante y tímida. Bien mirado, todo parece señalar en la misma dirección: una recuperación leve que en sí misma, dado el contexto internacional, es de todas maneras un alivio.

En un momento como el actual uno de los mayores riesgos al que se puede exponer un país es confundir la incapacidad para actuar con la prudencia financiera y fiscal. Temerosos de aumentar el gasto, los gobiernos pueden resignarse a observar cómo decae la demanda privada y cómo, en consecuencia, caen también la producción y el empleo. En tal situación, los ingresos fiscales se reducen mientras que aumentan los gastos de la seguridad social. Los déficits fiscales entonces aumentan, justamente debido a que los gobiernos no tuvieron la suficiente audacia para actuar en contra de la contracción de la economía. Es paradójico que al intentar parecer prudentes, los países se coloquen en una situación fiscal aún peor de lo que sería si los gobiernos hubieran actuado con decisión en apoyo de la demanda, aumentando así las rentas públicas. Dicho sea de paso, es precisamente lo que intenta lograr el presidente Obama en Estados Unidos. Es también lo que ha defendido en forma repetida desde 2007 Dominique Strauss-Kahn, Director Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI)2.

Recomponer la economía mundial

La crisis financiera internacional actual representa la alteración más seria que haya enfrentado la economía mundial desde la Gran Depresión de los años 1930. Incluso su duración es señal de lo peligrosa que es: la crisis cursa el tercer año y aún no se vislumbra una salida; no hay señales de recuperación. Es muy probable que en el corto plazo la situación empeore, con el consiguiente aumento del desempleo y de las alteraciones sociales que el fenómeno causa en todas partes. Brasil todavía está a tiempo de reducir tales riesgos si el gobierno enfrenta el desafío.

La amenaza a la seguridad alimentaria
Francisco Menezes4

El programa Hambre Cero de Brasil y el fortalecimiento de varias políticas públicas han convertido al país en líder mundial reconocido en la lucha contra el hambre. No obstante, las crisis tanto alimentaria como financiera han tenido impactos significativos en la seguridad alimentaria del país.

En la segunda mitad de 2007 los precios de los alimentos comenzaron a aumentar, revirtiendo la tendencia a la baja de los años anteriores y poniendo en peligro los logros conseguidos. Los grupos sociales más vulnerables son los que reciben los golpes más duros al aumentar los precios de los alimentos, ya que éstos constituyen la parte más importante de sus presupuestos. Preocupado ante tal situación, el Gobierno aumentó en 8% los beneficios distribuidos a través de la Bolsa Família (un programa de ingreso mínimo garantizado). También incorporó un número mayor de familias al programa y tomó medidas para estimular la producción de alimentos por medio de incentivos y garantías para los productores rurales.

En la segunda mitad de 2008 los precios de los alimentos se nivelaron o incluso decayeron, siguiendo la tendencia de los bienes de consumo en los mercados mundiales. No obstante, han surgido nuevas amenazas para la seguridad alimentaria como resultado de la reducción de ingresos entre la población más pobre, el aumento del desempleo y la probable disminución del salario real. El presupuesto para la seguridad alimentaria es por cierto un indicador pertinente de la dirección que se persigue, en lo que se refiere a los fondos que se liberen para este año, como también en cuanto al proyecto de presupuesto para 2010.

Sin embargo, se debe señalar que una crisis como la actual siempre transforma, en menor o mayor grado, la forma en que funcionan la economía y la sociedad. Así, si bien es importante detener el deterioro económico en el corto plazo, también es importante, y tal vez aún más esencial, prepararse para el futuro. La Gran Depresión dio lugar a la expansión del estado de bienestar social y a la generalización de la intervención pública en la economía, ambos ferozmente combatidos por la revolución neoliberal de fines del siglo XX.

Ahora una nueva oportunidad para recomponer el camino de la economía mundial se presenta. Todo parece indicar que las llamadas “inversiones verdes” serán el próximo horizonte para la inversión y la innovación, promoviendo estrategias de crecimiento ambientalmente sostenibles que aumenten la eficiencia de la generación y utilización de la energía. Es importante también reparar el daño causado por el predominio de las ideologías neoliberales que han fomentado la desregulación financiera desde la década de 1980 y que han llevado al mundo al borde del desastre. Dado el fracaso generalizado de estas ideas, es necesario implementar nuevas estrategias de regulación y supervisión. Sin embargo, las nuevas normas deben enfocarse en cómo hacer que los sistemas financieros trabajen en pro de la promoción del desarrollo y la distribución de los ingresos y de la riqueza, no en beneficio de los especuladores financieros.

Las normas se definen ahora en foros tales como el Comité de Basilea y el Foro de Estabilidad Financiera. La crisis ha forzado a los países más ricos, que tradicionalmente han monopolizado estas decisiones, a abrir las puertas a las economías emergentes y ha convertido al G20 en el centro de atención, por lo menos por el momento. Es posible sostener que es mejor contar con un G20 que con un G7, pero en realidad ninguno de los G es capaz de proporcionar una solución verdadera. Estas instituciones deben convertirse en representativas, lo que no se logra incorporando unos pocos miembros más de manera que los clubes existentes conserven su naturaleza exclusiva. La crisis actual genera una oportunidad importante para lograr la verdadera democratización de las instituciones internacionales. Es una oportunidad que no se debe desaprovechar3.

1 Profesor de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro y consultor del Instituto Brasileño de Análisis Social y Económico (Ibase).

2 Si bien el Fondo mismo se ha resistido a adoptar este punto de vista, como lo demuestran las condiciones impuestas a los países de Europa Central que fueron rescatados por el FMI.

3 De hecho, ése es precisamente el objetivo del proyecto “Liberalización financiera y gobernanza mundial: el papel de los entes internacionales”, coordinado por Fernando J.C. Carvalho y Jan Kregel, elaborado por Ibase y patrocinado por la Fundación Ford. Ver “Crisis financiera y déficit democrático”. Disponible en: <www.ibase.br/modules.php?name=Conteudo&pid=1686>.

4 Especialista en seguridad alimentaria y codirector de Ibase.