Se rompió Copenhague

Author: 
Isagani R. Serrano Movimiento de Reconstrucción Rural Filipinas y Social Watch Filipinas

Los resultados de la reunión de Copenhague, que contó con la participación de más personas que cualquiera de las cumbres  anteriores de las Naciones Unidas, realmente rompieron los corazones de millones de personas. Las personas de todas partes del mundo esperaban que sus líderes ayudaran a evitar la catástrofe climática, es decir, que la cumbre tuviera como resultado un acuerdo fuerte, audaz y jurídicamente vinculante para estabilizar el sistema climático global. Pero la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático de Copenhague (COP 15) se recordará más como una cumbre fracasada que como un “paso adelante”, como dijo el presidente de Estados Unidos Barak Obama. Una rara ocasión en que se reunieron 192 jefes de Estado y ¿para qué?

El Acuerdo de Copenhague auspiciado por Barak Obama es una mezcolanza no vinculante de promesas de mantener la temperatura global por debajo de 2ºC; una ayuda ambigua de USD 30 mil millones durante tres años, hasta 2012, que aumentará (mediante los mejores esfuerzos) a USD 100 mil millones en 2020; y, sobre todo, la transferencia de la carga de reducir las emisiones de CO2 a todo el mundo, a los sobre-emisores y los sub-emisores por igual.

En primer lugar, la meta de 2°C ya está poniendo en juego el futuro de la humanidad. Eso significa que se seguirá permitiendo que la actual concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera de alrededor de 390 ppm (y bastante más allá de las 350 ppm seguras) suba a 450 ppm o más. Con 450 ppm los corales se morirían. Quizás todavía podría crecer el arroz, pero no tendría granos.

En segundo lugar, nadie sabe de dónde saldrá el dinero prometido y cómo va a recaudarse. La cantidad de dinero comprometida es inferior a la ya reducida estimación mínima de USD 50 mil millones anuales que se necesitan para cubrir los costos de mitigación y adaptación en los países en desarrollo, especialmente los más vulnerables a los impactos del cambio climático.

En tercer lugar, el reparto del peso de la mitigación que los países grandes emisores buscan actualmente va en contra del principio fundamental de la convención sobre el clima que indica que cualquier acuerdo para abordar la crisis del cambio climático debe basarse en las responsabilidades comunes pero diferenciadas y capacidades respectivas. Los países del Anexo I están obligados por la Convención sobre el Cambio Climático y el Protocolo de Kyoto a reducir o mitigar sus emisiones. Los países no comprendidos en el Anexo I no tienen las mismas obligaciones, pero harían bien en revisar que sus emisiones sean coherentes con el logro del desarrollo sostenible.

El resultado es de muy poco alcance

Este Acuerdo de Copenhague no vinculante se limitó a confirmar lo que muchos ya temían desde antes del inicio de las negociaciones. Hacia la mitad de las dos semanas de negociaciones, el proceso alcanzó un punto muerto al revelarse un acuerdo secreto elaborado por el supuestamente neutral anfitrión Dinamarca. Las reacciones instantáneas a ese documento que se filtró al público anunciaron lo que se vendría a continuación.

Este borrador de acuerdo que se filtró al público y el acuerdo negociado por el presidente Obama ilustran la dinámica “miope” de estas negociaciones sobre el clima. O, mejor dicho, la obstinada negativa de los países ricos a poner su estilo de vida en peligro. Los países grandes emisores, con Estados Unidos a la cabeza, hicieron hincapié en los aspectos “comunes” y socavaron los “diferenciados”, que es el núcleo de la justicia climática. Los agresores (los países del Anexo I) parecen decir a las víctimas (los países no incluidos en el Anexo I): “Estamos todos juntos en esto”, “Es en el interés de todos que te integres al juego y te subas a bordo; si no, todos nos vamos a pique”.

Los retos entrelazados que están sobre el tapete son muy claros: luchar contra el calentamiento global causado por el hombre, erradicar la pobreza mundial y promover los derechos humanos, como manifiesta la declaración de Social Watch. La agenda de Copenhague era igualmente clara: los países ricos deben comprometerse a reducir urgente y sustancialmente sus emisiones para evitar una catástrofe climática, así como transferir dinero y tecnología a los países en desarrollo.

Es probable que las emisiones globales anuales de GEI en 2010 alcancen a alrededor de 47 mil millones de toneladas. ¡Gracias a la recesión global, las emisiones agregadas bajaron unos pocos miles de millones! Para tener un 50 por ciento de probabilidades de evitar un aumento de más de 2ºC de la temperatura promedio mundial, las emisiones deberán reducirse a 44 mil millones de toneladas en 2020, a menos de 35 mil millones de toneladas en 2030 y a mucho menos de 20 mil millones de toneladas para 2050. Estos son los niveles de estabilización a los que nuestra visión compartida debe aspirar.

Estos recortes se traducirían en cambios dramáticos en los estilos de vida del mundo desarrollado. Cada persona deberá reducir su huella de carbono (es decir, la huella del consumo) profunda y drásticamente. Según los expertos, en 2009 las emisiones anuales por persona en Estados Unidos llegaron a 23,6 toneladas. En la Unión Europea es de 12 toneladas anuales por persona. Esto significa que Estados Unidos, con una población de 305 millones, está contaminando la atmósfera por más de 7 mil millones de toneladas y la UE, con una población de 830 millones, hace lo propio por 10 mil millones de toneladas en 2009. En comparación, China, la espina molesta de los países del Anexo I, tiene una población de 1.300 millones de personas que emiten 6 toneladas cada uno, por lo que contribuye con unos 7 mil millones de toneladas al año.

El presidente Obama prometió reducir en un 17 por ciento el nivel de 2005 para 2020. En contraste, los chinos ofrecieron una reducción de 40 a 45 por ciento del nivel de 2005 para 2020, además de una reducción progresiva de la intensidad de carbono de su economía recalentada.

El economista Nicholas Stern dijo que, para ayudar a los países en desarrollo, los países ricos deben proporcionar 50 mil millones de dólares anuales extras para 2015, y aumentar a 100 mil millones de dólares al año a partir de 2020. Lo que Stern no dijo es que, de acuerdo con la convención sobre el cambio climático, los países del Anexo I tienen la obligación de transferir dinero y tecnología limpia a los países que están en peligro.

Los resultados de Copenhague se quedan estrepitosamente cortos respecto de ambas obligaciones – reducir las emisiones y transferir dinero y tecnologías. ¡Es increíble que alguien pueda ver la propuesta de Estados Unidos como el verdadero logro de Copenhague! ¡Gran cosa!

¿Y ahora qué? La iniciativa en Copenhague se desplazó claramente a los movimientos sociales y ambientales. Bajo la bandera de la justicia climática decenas de miles se manifestaron para que se oyeran las voces de millones de personas de todo el mundo. Se les prohibió la entrada al Bella Center, pero desafiaron el frío glacial para tener voz en la elaboración de cualquier acuerdo y exigir la reacción de los políticos.

Del desastre de Copenhague se pueden sacar algunas cosas en limpio. Una de ellas es que la gente común en sus comunidades debe prepararse para lo peor por su propia cuenta. Campesinos, indígenas, trabajadores, pobres urbanos, mujeres y jóvenes de hoy deben reunir lo que saben y pueden hacer mejor para hacer frente a la crisis climática, con o sin respaldo del gobierno.